Un extraño romance / Inesperado viaje

 

Un extraño romance:

Les dejo un pequeño fragmento de este cuento de la obra Un extraño romance / Inesperado viaje:

Bastó una angustiosa llamada de Alicia del Carmen para que nuevamente empezaran mis martirizantes tribulaciones con sus agobiantes problemas, aunque ya nuestra relación se había deteriorado hacía buenos meses. Era medianoche. Decía ahogada en llanto que si alguna vez me había insinuado para pasear fuera de Huancayo o con ir a bailar a alguna discoteca. Le contesté, por supuesto que no, niña, no estaba para esos trotes y menos ahora que me encontraba en bancarrota. Insistía que nuestras salidas sólo eran de trabajo, pues siempre me había respetado y admirado más de la cuenta, ayudándome con tan buena voluntad, y jamás se le había pasado por la mente que algo sentimental pudiera unirnos, maestro, no era tan tontita.

Tenía razón, sí, que la tenía. Durante nuestra estadía nunca se me ocurrió proponerle un ápice por hacerla mía, ya que salía de una terrible trance que casi me deja al borde de la locura, y todo por mantener un esquizofrénico romance con un pícara jovencita que prefiero guardarme su historia para otra ocasión...

Inesperado viaje:

Mi tierra es un páramo triste, por igual, el crepúsculo de mi añorada infancia. Cuando nací apenas éramos unas cuantas familias. Yo era la penúltima de ocho hermanitos. Mi casita era la más pobre, teníamos escasos animalitos. Los hacendados se habían adueñado de los inmensos pastizales que nos rodeaban, obligándonos a pastar en los cerros lejanos donde abundaba el chogo junto al espeso ichu. Mi abuela paterna era perversa, ¡qué se pudra en el infierno! Jamás logré enterarme cómo es que mamá llegó a conocer a papá. Mi madre manifestaba ser de Tusi. Él la había traído en contra de su voluntad, luego, naceríamos, y ya un poco creciditos mi padre se la llevó a otros rumbos en busca de un futuro promisorio, dejándonos con nuestros abuelos. Mi abuelito nos trataba con cariño, alimentándonos como podía. Mi Tata viajaba constantemente con sus artesanías a Huaraz, cruzando alegre el Huascarán. Lo acompañaban algunos vecinos y mi tío Ipichu. En ese lapso, la abuela abusaba de nosotros.

Mi Tata era un conocido arriero de la zona. Todos lo estimaban porque les servía de guía. Nos contaba con gracia que le encantaba atravesar la inhóspita cordillera negra. ¡Cuánto lo admirábamos al oír sus aventuras! En cada viaje traía cabezas de ganado por el trueque que hacía, y comíamos más o menos. A mí me quería mucho. Al bordear mis cinco añitos, escuché los lamentos desesperados de la abuela. Fue el día más triste de mi vida. Salí de mi vivienda, viendo a un hombre ensangrentado pidiendo auxilio, reconociéndolo en el acto. Era uno de los hombres que iba junto a mi Tata en sus correrías. Mi abuelita vino resbalando y a empujones nos arrojaba al suelo. Levantándonos la seguimos, esforzándonos por alcanzarla, llegando a la estancia donde una de mis tías sembraba sus papitas, oyéndola gritar, ven, apúrate, Pelagia, han atacado al Cushta y al Ipichu, están malheridos, fueron emboscados por bandoleros, ya partieron los paisanos a so-correrlos, debemos ir tras ellos, ojalá recobremos nuestras cositas, ya corren la voz a las demás comarcas. Mi tía dejó caer su pico y trastabillando pasó entre nosotros, tropezándose, cayéndose, golpeándose, levantándose. Íbamos cerro arriba. A duras penas seguía a mis hermanos mayores con la voluntad en saber lo que pasaba.

Miré detrás distinguiendo multitudes de gentes con toda clase de herramientas en los hombros. Pasaron atropellándonos como asnos. Las mujeres firmemente ataban sus polleras en la cintura y, agitando sus hoces vociferaban airadas maldiciendo a los bandidos. Continuamos siguiéndolos con el mismo empeño a pesar de que nuestros piececitos descalzos se sentían adoloridos por los hincones del pasto puntiagudo y por las filudas piedrecillas de las quebradas. No sé cuánto caminamos, quizás un día y una noche, o tal vez más, atravesando cerros y cerros negros. Al bajar de la montaña fría, vimos la muchedumbre de hombres que se nos habían adelantado. Traían las mulas de viaje de mi Tata y de la mayoría de sus acompañantes. Mi abuelita lloraba a mares. Al vernos, se nos acercó y con más ganas arrojó raudas lágrimas. Alzándonos nos acomodaba encima de los caballos que habían llevado los vecinos, entonces, nos dimos cuenta que las acémilas que iban delante cargaban nueve cuerpos boca abajo con sus botas llenas de barro...

 

 

 

 

 

 

 

Buscar en el sitio

© 2011 Todos los derechos reservados.